Me llamo Juan, y para explicarte ésta historia comenzaré desde atrás hacia adelante.
Un conocido hombre, me invitó a trabajar con él una tarde de febrero, me dijo que necesitaba un albañil y me explicó el trabajo en cuestión.
Una barda hecha de cemento y ladrillos, con una longitud de 10 metros de largo por 2 de altura, para antes del viernes de tres semanas venideras, cuando la primera semana estaba en su apogeo, me detenía 1 vez al día para comer mi lonche, y sentarme junto a un árbol de abundante sombra, la cual por la brisa de ésas tardes se tornaba refrescante para mí, un pequeño galón de agua con saborizantes humectaba mi garganta, un regalo de mi hermano tiempo atrás.
Cuando me sentaba bajo la sombra del árbol, la casa de enfrente éra visible y me dejaba ver la familia que habitaba en élla, y me daba cuenta de los problemas que ellos tenían sin siquiera conocerlos y mucho menos de saber sus nombres.
El hombre, y me atrevo a excluir la palabra padre, golpeaba a sus hijos de apenas 12 o 10 años, sin tener motivo alguno para hacerlo, y entiendo que los niños deben de ser castigados con una nalgada con la fuerza adecuada de no dar un gran dolor para ellos, es necesaria de vez en cuando, éso lo conozco, y éso que no soy padre y tampoco estoy casado para saber que a una mujer no se le debe de golpear sólo por que la comida no salió como él esperaba, se que no debo de tocar a mi esposa de manera morbosa frente a mis hijos, y sé que no debo de tocarla fuera de casa por que sé comportarme como un caballero a pesar de tener mis manos llenas de tierra todo el tiempo.
Con mi sombrero de paja y mis prendas sucias, llenas de tierra, y mis manos raspadas saludo a la gente que pasa por un lado mío, aunque para ellos sea como el viento, saben que estoy ahí, pero no me ven.
Un día tras ver que éra una hora pasada del medio día y unos cuantos minutos, un niño de la familia en cuestión me saludó, y yo al malcalcular mi movimiento, levanté la mano para sonreír, perdí el equilibrio y caí sobre un costal de cemento y tierra, el niño despavorido, me trató de ayudar a levantarme, y le dije que estaba bien, aunque no fuese así, me levanté y pude ver mi brazo raspado, el niño me dijo que llamaría a su mama y cuando terminó la frase, su padre, gritó:
-Aléjate del muerto de hambre, no tienes nada que hacer ahí, viejo borracho.
Acto seguido el niño entró por la puerta de su casa y el hombre para no perder su mala costumbre jaló de la oreja al niño al punto de casi levantarlo, y yo en una rabia incontrolable, cerre mi puño, y me dió aún más coraje, pues no pude hacer nada.
Días después con la barda casi terminada, la señora esposa de aquél verdadero borracho, estaba regando sus plantas y la mujer me saludó, por que eso hacen las personas con educación, cuando terminó de saludarme su esposo le dió un puñetazo derribándola al suelo para terminar con una frase que estoy seguro no olvidaré.
-A ver si se te quita la pu'2/*
Los niños estaban llorando desde la ventana de aquella casita y yo con un último suspiro de rabia tomé mi pala y troté hacia donde estaba aquél indigesto hombre, el me miró y su siguiente reacción fué caer al piso inconsciente y sangrante, los niños saliendo a paso veloz de su casa tratarom de ayudar a su madre y al hombre le sobró fuerza para levantarse y enterrar en mi abdomen un pedazo de madera puntiagudo,el cual me postro en cama varios días antes de declarar ante el ministerio público, sobre su muerte.
Y ahora aquí estoy, con 3 puntadas sentado en un pabellón color amarillo sucio, esperando mi sentencia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario