Nos divertimos muchas veces apagando la luz, habían noches en que no podías dormir, y me llamabas para compartir tus almohadas, y yo nada tonto con la curiosidad de saber que había más allá de tu tierna intención, me dejaba llevar.
Para mi suerte, habían noches en que apagar la luz, no todo el tiempo era indicación para dormir temprano, a veces buscabas refugiarte en la oscuridad, para dejarme ver la sensualidad de tu cuerpo al desnudo y me invitaba a pecar, más allá del sexo, nuestros cuerpos fundidos en algo que aún no le puedo poner nombre, se llenaban de gozo, y pecado.
Nos amábamos, incontrolablemente nuestros cuerpos se embestian, y las noche se hacían cortas, parecía que solo era cuestión de cerrar los ojos para estar desnudos, y nosotros basándonos hasta quedarnos sin aliento.
De tu cuerpo emergían dulces aromas que al día de hoy, no les encuentro sentido, me regalabas tu cuerpo, y tu alma se metía dentro de mi, o viceversa, simplemente obedeciamos nuestros deseos más primitivos, estaba llenandome de ti, y tú ponías las manos en mi pecho, sintiendo lo hirviente de mi pecho.
Mis manos recorrían tu espalda, en busca de nuevos lunares y se posaban en tus nalgas frías, mientras tú gemias entre mis brazos, la habitación habían 2, pero, el mundo se detenía, escuchábamos la lluvia caer mientras te repetía indeterminadas veces que yo te ansiaba tener desnuda sobre mi, y tú te mordía los labios al sentir mi cuerpo dentro del tuyo.
La humedad se sentía en el ambiente, nosotros estábamos locos, frenéticos de sentir más, mientras a fuera de tu ventana, los rayos y los truenos, sonaban sin parar, anunciando una lluvia inminente, y una pesada brisa azotaba fuera de la habitación.
Pero nosotros entre tanto amor, estábamos sordos, se podía acabar el mundo, se podia caer el cielo en lluvia y nosotros seguíamos amándonos.
Devorandonos, sintiendo que me pertenecías, y tu reclamando lo que auténticamente te pertenecía, las diferentes poses nos obligaban a pedirnos mucho, y nosotros seguíamos besandonos.
Tu cabello enredado en mis manos, y un poquito de dolor era la dosis que necesitabas para sentirte mi mujer, mientras yo sucumbia ante la poderosa mujer que eras, mis piernas temblaban a la par de las tuyas.
Mis dedos, participes de nuestras locuras, se quedaban callados al ver a semejante y dulce niña, pidiendo a gritos más firmeza y más dureza, mientras yo me limitaba seguir órdenes, me excitaba el hecho de tenerte sudando entre mis brazos.
Tus manos, acariciando mi cuello, era la dulzura que le faltaba a aquel acto despiadado de quitarte la lindura que había en ti, pues tu ropa interior rosada escondida entre la oscuridad, era el público que miraba anonadado tu apetito sexual.
Me besabas incansablemente, mordias mis labios, y me apretabas las manos cuando estas masajeaban tus dulces pechos, piel dulcisima como el azúcar, y suave como algodón.
A veces pienso que estoy loco, pues tantas cosas buenas reunidas en un solo lugar, no suena como algo convincente, pero, me perdí en ti, y no hay más que decir.
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