Acabo de tirar el períodico al suelo y mi café, ¿te interesa saber?
Yo soy enfermera en Pachuca, México, en un asilo de ancianos, militares.
Al entrar por la puerta la vibra que puedes llegar a sentir algo grande y pesado, sientes cómo se dicta la sentencia poniendo una cuchilla a la yugular de tu paciencia.
No es un ambiente de paseo pues el ambiente desolado lleno de lóngevos hombres no es consolador.
Para terminar rápido ésta historia, yo llevo 9 años en el asilo y es un trabajo tranquilo para mi, lejos de las demás personas.
Un día al llegar de casa con problemas con mi novio, recuerdo que me escondí detrás de un armario llorando con desconsuelo por aquella infidelidad en la que me veía puesta.
Un hombre de reciente ingreso me vió llorando, y me dijo:
-¿Por qué lloras, tu tampoco alcanzaste chocolate?
Abrió la conversación el hombre sobre un par de ruedas.
-Lo siento, tuve un problema con mi pareja y la verdad no se que hacer.
Le expliqué.
-Te diré ésto,nunca le pude dar un consejo a mis hijos, quizá por éso me arrojaron aquí, ya me ves, en una silla de ruedas y un respirador de oxígeno, me siento hecho una basura tras el no estar en mi casa, seguramente la habrán vendido a un idiota, el dinero que obtuvieron lo usan para pagar un nuevo auto.
Explicó el señor con un gran enfado que se notaba en sus comisuras.
-Entonces el consejo és?
Sonreí, al contestar.
- La vida te dará golpes, tienes que aprender que después de un gran golpe, le seguirá otro con más fuerza, al mismo tiempo de golpearte te dará un arma, quizá algo pequeño una piedra, un arma, una cuchilla, hasta un tanque si es necesario, lo importante es levantarse por que las heridas no serán graves, parecerá que sí, pero no lo son, podrás pararte, recostarte un momento a sangrar, pero el tiempo tampoco es tu amigo, tendrás que levantarte a seguir peleando.
Explicó el hombre.
Mis lágrimas pararon y el día estuvo muy ameno, cuando salí a las 11:00 pm fuí a despedirme del hombre y darle las gracias, estaba bajo su ventana rasurándose.
-Ya me voy, muchas gracias, señor...
-Dígame Don Ernesto
-Don Ernesto será, me paso a retirar.
Escuché claramente como se volteaba con su silla de ruedas a seguir mirando la luna.
Esa noche llegué a casa, tomé una ducha y dormir temprano era el plan.
Al día siguiente al caminar a una tienda de conveniencia para comprar un café, pude ver en primera plana algo que no me cabía en la cabeza, pues un suicidio se había suscitado en la casa de retiro.
Sí, éra Don Ernesto quien había tomado la navaja para arrancar su vida y dejar de pelear.
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