lunes, 30 de enero de 2017

Lunar Clavicular.

Para que termines rápido con esta historia, el caso es que estoy divoriciado, ahora que sabes de que voy a hablar, tómate un respiro siéntate, y lee con atención.
Desperté en la misma cama de siempre,  en aquella que dormí con mi esposa,  durante más de 8 años, ya no tenía con quien pelear por el baño y mucho menos por la cuchara de el café  por la mañana, y por ésa razón no quería levantarme.
Seguí recostado por unos minutos bajo la cobija haciendo historias estúpidas en mi imaginación, y calentando mis manos entre mis piernas.

Ése domingo escuché como mi ex-esposa se arreglaba las maletas y se cepillaba el pelo con ése cepillo azul marino de cerdas negras, y noté que el cabello le había crecido más que la temporada anterior de invierno a ésta, ví que su cadera estaba  tan linda  como siempre  y su espalda pequeña estaba tan hermosa como la noche de bodas.
Recorrí su cuerpo en busca de detalles y me enamoré otra vez de su lunar, ése que tiene en su hombro, un "lunar clavicular".

Dejó sus llaves en la mesita de noche y cerré tan fuerte como pude mis ojos para no llorar y que élla  no se percatara de mi dolor, antes de salir por la puerta, sentí su presencia en más de 6 minutos seguidos viéndome desde el marco de aquella puerta, donde nos besamos por mas de un millón de ocasiones.

Acarició  aquél marco color café obscuro, y caminó hacia la salida de nuestro pequeño hogar, abracé  su almohada y comenzé a llorar tratando de sofocar mis lamentos, me arrepentía de firmar  mi acta de divorcio, me arrepentía por haberle hablado ésa tarde en la universidad, me arrepentí de decirle hola y acto seguido preguntar por su nombre, me arrepentía de haber pedido ser su novio, aún cuando un chico más apuesto que yo éra su pretendiente, me llegué a culpar de todos los casos posibles que llegaban a mi cabeza para atormentarme y sufrir un poquito más.

Comenzé a llorar hasta sentir mi cara caliente, y sentir como mis comisuras se íban  hacia  abajo  como las de un niño al llorar, comenzé a gemir y cuando estiré mi pierna,  una voz, la más hermosa de todas me dijo algo que jamás olvidaré.


-"Aún sigo aquí, di que me amas".

Abrí los ojos y la jalé en mi dirección la tomé entre mis brazos y le dí el beso más apasionado que pude darle a la mentira que yo mismo inventé.

Entonces fué  ahí que me levanté y para secar mis lágrimas, tomé un pañuelo, me miré al espejo y me sentí estúpido por no besarla por más tiempo, aunque sea en mi imaginación.

Sólo dejó el calor de su cuerpo como recuerdo y un par de recuerdos inútiles que me agobian hasta el día de hoy.

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